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Recientemente el economista jefe del FMI, el francés Olivier Blanchard, nos sorprendía describiendo la economía global como una «montaña rusa» con «mercados esquizofrénicos» en la que la incertidumbre condicionará su marcha, especialmente en Europa.

Digo que nos sorprendía no porque sea un descubrimiento sorprendente, sino porque es llamativo que hasta el FMI, el gran adalid de las políticas neoliberales, el abanderado de los recortes y la austeridad, el paladín de los mercados libérrimos, acabe reconociendo que algo no funciona en ellos: «los mercados parecen como esquizofrénicos: piden consolidación fiscal, pero luego reaccionan mal cuando la consolidación genera menos crecimiento».

No son los únicos, algo antes ya nuestros sabios gobernantes nos dejaban claro su desconcierto ante la reacción de los oráculos que interpretan los designios de los dio… perdón, de los mercados: «Y creo que no lo entiende nadie.« Cristalino.

Resulta alentador comprobar que estamos en manos de expertos cuya incomprensión está, como poco, a la altura de los reputados economistas del FMI. Incluso anticipándose a ellos en el descubrimiento de que es «bastante paradójico« que las medidas que provocan contracción y desempleo puedan, en definitiva, resultar perjudiciales para la economía…

Hace más de medio siglo, en 1954, John Kenneth Galbraith publicó «El Crash de 1929«, una obra imprescindible para entender aquella crisis (y en muchos sentidos también para entender ésta), que aún sigue reeditándose, y que recomiendo vivamente a cualquiera que tenga un mínimo interés en el tema (de verdad, aunque pueda parecer plomiza está escrita en un lenguaje claro y sencillo, para todos los públicos, y trufada de una ironía tan deliciosa como incisiva, por lo que resulta muy agradable de leer).

Hace poco, casualmente, estuve hojeándola de nuevo y tropecé con alguna de esas cosas que hacen pensar en lo mucho que han cambiado las cosas… para que todo siga igual:

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El próximo domingo 14 de noviembre treinta mil libros serán «liberados» en las calles de Madrid.

Podrán encontrarse en calles, plazas y avenidas, en asientos de autobús o metro, junto a bancos de la calle, del parque o de los otros; bajo estatuas, farolas, chirimbolos, semáforos, buzones, marquesinas, pedigüeños, expositores, papeleras, quioscos, o «cosos-desos-con-anuncios»; en esquinas, callejones y portales oscuros, mirando hacia otro lado; frente a monumentos y gimnasios, mirando monumentos; a las puertas de colegios, ambulatorios, iglesias, comisarías, cortingleses, delegaciones de hacienda, lupanares y estadios; cerca de obras, cacas de perro, gorrillas, atascos, guardias urbanos y coches en segunda fila; resguardados bajo cornisas, tomando el sol sobre el césped o, definitivamente, «tiraos en tol medio lacera».

Se ruega que extremen las precauciones, hasta podrían tener el descaro de acompañar a los transeúntes y quedarse en su casa durante una temporada, como okupas de tomo y lomo. Además pueden ser extremadamente adictivos y provocar terribles efectos secundarios, entre ellos miedo, sorpresa, risa, tristeza, emoción, intriga, angustia, fascinación y, lo peor de todo, curiosidad.

Incluso pueden llegar a cambiar su visión del mundo. Están avisados :)

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Me resultan interesantes las disciplinas que, como la psicología o la sociología, estudian el comportamiento humano, las emociones, o las reacciones ante el entorno. Debo aclarar que mis conocimientos en esas materias son, como mucho, superficiales. Algo más amplios en psicología clínica, pero muy básicos en cualquier caso.

Aunque se estudian desde el siglo XIX, el auge de estas ciencias no llega hasta la II Guerra Mundial, cuando comienzan a tratarse los casos de ansiedad y otros desordenes en los soldados que vuelven del frente. Pero su auténtico florecimiento se produce en el último tercio del siglo XX, que es cuando comienza a generalizarse su aplicación de forma cotidiana, sobre todo en el caso de las ramas más sociales, útiles en técnicas de marketing, por ejemplo.

En la actualidad, como algo habitual, todos estamos bajo la influencia de estas técnicas. No sólo la publicidad, muchos de los contenidos que aparecen en los medios de comunicación se estudian, se preparan y se emiten de acuerdo a las reacciones que puedan generar.

Para que quede claro: no hablo de controlar las acciones de las personas, no somos robots, sino de conocer de antemano las reacciones típicas de un individuo (o un conjunto de individuos) ante un estímulo determinado. Esto puede permitir cierta influencia, a un nivel emocional y, por tanto, en muchas ocasiones, de forma subliminal. A pesar de ello, estas materias siguen siendo grandes desconocidas para la mayoría de la población.

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